Después de pasar unos días fresquita y de relax por el norte, ya tocaba volver a casa (y al calor abrasador).
Después de pasar unos días fresquita y de relax por el norte, ya tocaba volver a casa (y al calor abrasador).
Hace unos días volví a ver una de mis películas favoritas. Una de esas que podrías pasarte toda la vida repitiendo en un bucle infinito sin cansarte de ella.
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El otro día iba en el coche con mi padre y vi en la orilla de una carretera que bordeaba la rambla de Artaj un arbusto lleno de flores rosa, Baladre. Y en ese mismo instante me acorde de un libro que leí hace unos años –o más bien hace muchos–.
El último día de nuestro maravilloso viaje, decidimos ir en busca de un lago de aguas frescas y transparentes, de esos que solo se ven en los anuncios de agua embotellada. Después de un buen rato de camino en vertical y de sol abrasador, cuando ya pensábamos que no encontraríamos nada y que todo era una ilusión, encontramos este oasis en medio de las montañas.
El verano ha llegado junto con los días interminables a 40º, y muchas veces preferimos escapar lejos del barullo y de las playas abarrotadas hacia lugares más relajados.